jueves, 18 de marzo de 2010

Cuando Plutarco Elías Calles, durante su informe al Congreso del 1 de septiembre de 1928, afirmó que había concluido el régimen de los caudillos para ingresar a la etapa de las instituciones, hablaba muy en serio. La suya no era una declaración sin importancia, pues el país ya había generado las primeras instituciones que le daban soporte: los ejidos, los sindicatos y el municipio libre eran pilares de gran importancia; no obstante, hacía falta crear una institución que garantizara la unión de las fuerzas políticas y permitiera que la sucesión en la presidencia se realizara sin necesidad de recurrir a las armas.

De esta manera, la innovación callista de efectos más profundos y duraderos en el proceso de institucionalización de la política mexicana fue la creación del partido oficial -surgido como un partido hegemónico o, si se quiere, de Estado- donde se agruparon todas las corrientes, fracciones y personalidades que conformaban "la familia revolucionaria".

Así, en 1929 nació el Partido Nacional Revolucionario (PNR) como una alianza de centenares de partidos locales y algunos nacionales para dar cobijo y coherencia a ese confuso y violento mundo de los grupos, los caciques y las camarillas. El PNR prometió respetar la personalidad y autonomía de sus componentes, pero esta promesa fue vana, pues desde su nacimiento Plutarco Elías Calles controló al nuevo organismo.

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